domingo, 15 de septiembre de 2013



PASIÓN POR LA COCINA



Nunca había dudado tanto a la hora de elegir un título para algún escrito mío, digamos que es lo más claro que tengo al redactar cualquier cosa. Pero esta vez dudaba entre amor o pasión. Y tuve que casi "deconstruir" (discúlpame Derrida) ambos conceptos. 


Supuse que amor es algo que cualquiera siente a lo largo de su vida, ya sea por un familiar, amigo, ser querido o pareja. Pero es tan efímero que usualmente dudamos cuando sentimos amor. Es decir, el sentimiento del amor se desvanece ante nosotros y rara vez podemos distinguir entre amar a tu pareja o simplemente estar acostumbrado. Es un sentimiento que en un minuto tenemos y en otro no. Pero la pasión es algo más concreto (que problema el mío de ser tan práctico), sabemos cuando sentimos pasión por algo y cuando no con total claridad. Además, apasionarse realmente por algo es una sensación que no todos pueden disfrutar ni experimentar como el amor. La pasión implica un estado de excitación intelectual muy agradable, e incluso físicamente la pasión es una sensación que se apodera de tu cuerpo. Cuando algo te apasiona, te emociona en niveles inimaginables, incluso para el amor.Así que con esto resuelto opté por pasión, pues cocinar genera todo esto en mi y ahora pasaré a contarles por qué.


Mis inicios en la cocina, y aclaro soy solamente profesor, fueron los de cualquiera que aprende a cocinar. Era algo muy básico. Mis padres salían a trabajar y casi siempre mi hermano y yo debíamos terminar la comida que mi mamá usualmente dejaba adelantada, así que sus consejos iniciales me dieron la base. Entre esa experiencia y ver cocinar (y acompañar incluso) a mi abuela aprendí a cocinar. Pero como siempre digo al hablar de mi pasión por la cocina, lo hacía por necesidad. Digamos que la idea de comer mucho me empujaba a cocinar de forma muy elemental. 


Además otro factor apareció en escena y fue esa costumbre que aún incluso se conserva en mi casa de atender a la visita cocinándole, preparando comida. Entendí prontamente que la cocina, o más bien preparar alimentos para alguien cercano crea vínculos. Tanto así que no hay reunión familiar en la que no cocinemos todos los familiares, pues rara vez compramos comida hecha. Disfrutamos el hecho de involucrarnos todos en la preparación de los alimentos.


Con todo esto en mente seguro amaría cocinar, pero lo mío es pasión como dije anteriormente, y eso tuvo su punto de inicio. Hace ya un año y medio tuve la oportunidad de ver una película que me hizo ver de manera clara mi pasión. Se llama A perfect Sense ( http://www.youtube.com/watch?v=iexMJrBzZtA ) y es una historia de amor en medio de una situación caótica para los habitantes del planeta. Un virus ataca a la población  y va eliminando uno a uno nuestros sentidos de manera definitiva. Este problema es abordado desde dos perspectivas: Susan, como epidemióloga que es lo ve como un problema netamente científico. Pero Michael, al ser chef, lo enfrenta como un problema práctico. ¿Cómo cocinar para personas que no huelen sus alimentos? ¿Cómo cocinar para personas que no podrán distinguir el sabor de una barra de jabón al de un delicioso filete de pescado? La solución de Michael es fenomenal, pues decide compensar en las comidas. Es decir, cuando la gente pierde el olfato, decide subirle el sabor a las comidas; cuando pierden el gusto, hace la comida con más textura para que sea más ruidosa; cuando la gente no puede escuchar, hace la comida más visual; cuando la gente pierde la vista, queda el amor. Película al fin y al cabo.






Con una banda sonora brutal (duré quince días solo escuchando esa canción de Max Richter @maxrichtermusic) que comparto con ustedes ( http://www.youtube.com/watch?v=gcEW9jXvsNw ) la película me dejó algo muy claro: una buena comida debe estimular la mayor cantidad de sentidos posibles. Es decir, un buen plato no sólo debe verse bien y tener buen sabor. Debe tener una textura especial y debe "oírse" muy bien al comerlo. Supongo que los chefs ya saben esto, pero cuando aprendemos algo empíricamente usualmente nos emociona mas que si alguien simplemente nos enseña eso. Así que entendí que el reto de cocinar es estimular la mayor cantidad de sentidos de las personas para quienes cocinas, incluso para ti mismo. Y me lancé al reto.


Empecé por las mismas cosas básicas que antes sabía, sólo que esta vez estaba dispuesto a experimentar con ellas. No era sólo preparar comida, era cuidar todo el proceso. Confieso que no he leído mucho, algún par de trucos, pero en realidad creo que es bastante lógico el proceso de cocinar, todo es cuestión como digo siempre, de encontrar esa lógica. Primero experimenté con preparaciones, luego con ingredientes. Allí descubrí la importancia de las hierbas, y como cada una aporta cosas distintas. Pero además eso me da criterio para saber cual usar dependiendo la comida a preparar. Luego empecé a ver recetas y a hacerlas, incluso dándoles mi toque personal. Y pues mi familiar empezó a favorecerse de ello.


Allí entendí el otro gran secreto de cocinar: debes conocer a aquellas personas a quienes le cocinas. Por muy tonto que parezca, creo firmemente en que cada persona tiene su propio sabor, en que a cada persona le corresponde un tipo de comida en especial. Y eso lo sabes solo cuando conoces realmente a las personas. Por eso no me atrevo a cocinarle a todo el mundo, me daría mucha pena no hacer algo agradable para esa persona y arruinarle siquiera por una vez la experiencia de comer. Por eso, a pesar de lo que me dicen acerca de montar mi propio restaurante, rechazo ipso facto esa idea pues no me veo cocinando para gente desconocida, como anteriormente dije. No veo la cocina profesionalmente, por eso insisto en que me genera pasión.


Es que en últimas cocinar para alguien se vuelve algo muy personal para mi, poder dialogar mientras le cocino, tomarme una cerveza o un buen vino tinto mientras preparo los alimentos, decorarle el plato y luego ver su rostro de emoción al notar que su comida sabe, huele, se ve, se escucha y se siente bien.


Por todo lo anteriormente escrito puedo decir sin ruborizarme siquiera que para mi es muy sencillo: yo amo mi carrera y mi profesión, pero lo que realmente me apasiona es cocinar.

miércoles, 12 de junio de 2013

Filósofo por convicción ... de a ratos

Recuerdo como si fuese ayer por qué estudié filosofía, tampoco soy tan viejo aclaro. Desde segundo de bachillerato soñé con ser ingeniero de sistemas y así estuve hasta quinto de bachillerato cuando inicié clases de filosofía. Lo que me pareció apropiado de la misma es que podía llevarle la contraria a quién yo quisiera, incluso a los filósofos mismos. Además gracias a un familiar, obtuve acceso directo a los textos completos de los filósofos que estudiábamos fragmentadamente en clases. Así que cuando el profesor hablaba del mito de la caverna de Platón yo conocía mucha de la obra restante del mismo, y eso hizo que me sintiera muy cómodo en la clase. Creo que a todos nos gusta la seguridad que brinda el ser el mejor en algo.

Cuando egresé del bachillerato me fui con mi primera opción: ingeniería de sistemas. Luego de la primera semana de clases supe que eso no era para mi, DEMASIADOS NÚMEROS. Y siendo honesto los números sólo los entiendo en billetes. Sin embargo admito públicamente que me enamoré de algoritmos. Y eso marcaría posteriormente mis orientaciones filosóficas y me permitiría entender muchas de mis actitudes.

Pude tomarme un año sabático e ingresar a estudiar filosofía. Desde el principio supe que estaba seguro nuevamente, rodeado de un ambiente de libertad intelectual que me beneficiaría y además esta vez sentí que mi irreverencia y esa vocación natural que tengo de llevar la contraria en casi todo (de manera justificada y con argumentos, nunca dogmáticamente) serían premiadas. 

Tuve cinco momentos gloriosos durante mi formación como filósofo: 
1. Mis clases de lógica con el profesor que nos correspondió, sobre todo con ese profesor sin el cual no habría aprendido tanto.
2. La humillación recibida por no comprar libros de buenas editoriales y el posterior entendimiento de porque es importante hacerlo.
3. Haber ridiculizado a un profesor en público ante mis compañeros y convertirlo en objeto de burla en ese instante (aunque el tipo ya era una burla andante de antes).
4. Haber sacado de sus casillas al profesor de filosofía oriental, quién se suponía debía ser un tipo muy calmado y siempre manejó ese perfil.
5. Conocer a Maquiavelo, Kant, Husserl, Nietzsche (de quién me desencanté, pues ya era un ávido lector de su obra), la Escuela de Francfort, el Círculo de Viena, Russell y Wittgenstein.

Este último punto es el cincuenta por ciento del título de esta entrada, pues cuando digo que soy filósofo por convicción de a ratos, me refiero en parte a que no toda la filosofía me gusta. Detesto a los presocráticos, no veo mucho sentido a Platón, quizás un poco a Aristóteles, la filosofía romana me parece buena si uno se droga, la medieval es una completa basura, Hegel es aún más basura y Marx toca el techo de lo que es basura. Así que cuando en mis clases me toca hablar de esos autores más que un filósofo, me considero un profesor de filosofía. Así que al llegar a mis autores preferidos se me sale lo filósofo en realidad.

El restante cincuenta por ciento del título de esta entrada tiene que ver con la imagen que se espera encontrar de un filósofo. Todos creen que se debe ser introvertido, muy calmado, amante de la música clásica y cosas así. Cuando me conocen se estrellan. Soy muy abierto, extrovertido, inquieto, escucho cualquier tipo de música ... básicamente no soy filósofo. Y en eso radica lo que siempre he entendido de mi profesión. Al dejar de trabajar me desconecto de esa parte profesional y dejo de ser un filósofo para convertirme en un ser humano más, en una persona como cualquier otra, así muchas de mis actitudes sigan pareciendo bizarras en la mayoría de los casos. En términos más claros: trabajando soy una persona, fuera del trabajo soy otra persona. Kant definió muy bien eso cuando dijo que tenemos un ámbito privado y otro público. Y esto es lo que no parecen entender algunas personas medio cercanas a mi.

Lo digo porque una vez volví a mis redes sociales aquellos que me siguen, específicamente algunos de mis alumnos, creen que en twitter está su profesor, que en instagram está la persona que se coloca delante de ellos y les habla de temas académicos. Pero como siempre he pensado, en las redes sociales uno es cualquier cosa menos serio. Eso es pura joda. En twitter todos somos (como dije en un blog pasado) o grandes pensadores, o rock stars. En instagram la vida es color de rosa (o dependiendo del filtro que uses).

Yo por mi parte dejo la filosofía para los espacios y momentos apropiados, fuera de ellos soy un tipo ordinario con una vida ordinaria en unas condiciones extraordinarias.